POLÍTICA DE USO

La Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y la Maestría en Ciencia Política no se hacen responsables de las opiniones vertidas por los autores, las cuales son de su exclusiva responsabilidad.

jueves, 5 de junio de 2014

Con derecho a soñar un mejor El Salvador

Carlos Mauricio Hernández, Departamento de Filosofía

El 1 de junio de 2014 quedará en la historia de El Salvador marcado por el ascenso al poder Ejecutivo por la vía de la legalidad, quien en el pasado fue parte de una organización que pretendió alcanzarlo por la vía armada. Salvador Sánchez Cerén es ya el presidente constitucional de esta república centroamericana que viene de años de dura represión política por parte de gobiernos militares, de una cruenta guerra civil que se produjo entre otros factores, por el cierre de espacios políticos a personas con pensamiento o ideología política distinta a la de quienes estaban en el poder con una clara postura de derecha tradicional. La intolerancia a quienes abiertamente se declararon –con legítimo derecho– de izquierda (comunistas, marxistas, etc.) no permitió que se abriera un conflicto entre ideas, sino que se inició la descalificación para pasar luego a la criminalización y por último a la eliminación física de líderes cuyos ideales políticos se enmarcaron en el sueño de hacer un El Salvador distinto, más justo, más armonioso y en donde todas las personas tuvieran la oportunidad de desarrollar a plenitud sus potencialidades.

Por extraño que parezca, venimos de una realidad histórica en donde desde el Estado o con la venia del Estado se atacó la vida de una parte de la ciudadanía (se permitió la existencia de grupos paramilitares para desaparecer o asesinar a líderes políticos de izquierda,  no se investigó como debería crímenes de esa humanidad como el de Mons. Romero en 1980). Fueron especial blanco aquellas personas organizadas en movimientos populares o sociales, no porque quisieran apoderarse del país o por ser terroristas, sino porque como en cualquier democracia del mundo, quisieron hacer política. Tenían todo el derecho de hacerlo, pero la insensatez  junto al temor del “fantasma del comunismo” y de tildar de comunista cualquier expresión política de transformación de la realidad le hizo un enorme daño al país.

Así lo alcanzó a dilucidar Ignacio Ellacuría en el año 1979, uno de los intelectuales que no se cansó de señalar los yerros de esta situación política. En uno de sus escritos de coyuntura manifestó cómo la impunidad y la práctica estatal arrasaba con la vida de salvadoreños y salvadoreñas por razones eminentemente políticas: “No importa que hayan dado muerte a 24 maestros en los últimos meses, no importa que hayan asesinado en esos mismos meses más de trescientas personas, la mayor parte de ellas campesinos, sindicalistas, gente humilde organizada o no. Los asesinos son unos desconocidos. Pero ¿cómo pueden ser desconocidos en un país civilizado, con unos cuerpos de seguridad desarrollados, en pleno Estado de Sitio, unos asesinos de más de trescientas personas? Desconocidos, ¿para quién? (¡Basta ya de desconocidos!, Archivo Ignacio Ellacuría, caja 9, carpeta 41, n° 13, 16 de julio de 1979).
 
Una síntesis de lo que fue el último gobierno militar nos lo plantea en otro comentario de coyuntura el mismo Ellacuría, a menos de un mes del Golpe de Estado de 1979: “El gobierno se ha empeñado en que desapareciera esta situación o, al menos, en que disminuyera su gravedad. Ha gastado miles de balas en ello, ha ocasionado cientos de muertes para lograrlo. Ha declarado estados de sitio, ha promulgado leyes de seguridad y orden público, ha hecho operativos militares, ha disuelto manifestaciones a tiros; ha hecho todo lo que se puede hacer en el camino de la represión y de la fuerza. También ha intentado subir los salarios, aumentar los impuestos, preparar elecciones. Finalmente ha montado gigantescas campañas publicitarias contra el terrorismo, contra la insurrección, contra las organizaciones populares… ¿Con qué resultado? Con resultado contraproducente. (Sangre y más sangre en El Salvador, Archivo Ignacio Ellacuría, caja 9, carpeta 43, n° 5,  26 de septiembre de 1979). 

El ahora presidente de El Salvador viene de estar inmiscuido en ese contexto político. Fue tildado de terrorista por este Estado represivo, viene de formar parte de la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños 21 de junio, estuvo en la comandancia del FMLN durante el conflicto armado, ha sido uno de los firmantes de los Acuerdos de Paz, ya ha ocupado cargos de elección popular como diputado de la Asamblea Legislativa y en los últimos años ha estado en la comisión política de su partido. Por ello, carga sobre sus hombros los ideales por los cuales muchos de sus compañeros y compañeras fueron torturados, encarcelados e incluso asesinados. No debió ser así si hubiésemos tenido en el pasado una clase política con apertura democrática, de si en lugar de asesinar a quienes pensaron distinto, les hubieran tomado la palabra y desde la palestra de la discusión ideológica-política se hubieran arreglado las diferencias. 


En honor a ellos y ellas es que debe estar prohibido para el presidente y todo su gabinete de gobierno perder esa utopía de un mejor país. No fue mera casualidad que en el acto de toma de posesión, el presidente de la Asamblea Legislativa, Sigfrido Reyes, hiciera mención de algunos personajes que en aquél contexto represivo perdieron la vida por sus ideales políticos. Es pues, tiempo para soñar, tiempo para la utopía. La realidad salvadoreña invita al pesimismo, los medios de comunicación con su clara tendencia de derecha invitan a ello cada momento, las víctimas de la violencia social que aqueja el diario vivir nos puede hacer creer que no hay salida y esto es lo más peligroso y erróneo que se puede pensar.





El nuevo gobierno tiene derecho a plantearse grandes metas, a crear los mejores proyectos para enfrentar la situación global del país. Sin dejar de tener los pies sobre la tierra debe de tener la convicción profunda que esta realidad es transformable. “Lo cierto es que muchos logros de la humanidad primero fueron soñados”, escribió el ahora presidente en su libro El país que quiero (2012), donde añadió que “cuando imaginamos un futuro mejor, un Buen Vivir, estamos cargando de buen combustible nuestras ganas de trabajar y de luchar. Por ello, la utopía, como gran sueño, es un motor, un impulso, una bandera, un horizonte social” (p. 150). Que esas energías le sirvan de impulso para todo lo que de ahora en adelante salga desde este nuevo gobierno. Enhorabuena por el país y por los tantos mártires que soñaron con varios de los logros hasta ahora alcanzados y con otros que se deben alcanzar cuanto antes.

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