Al
hacer una observación nuestro de país no es difícil percibir acciones donde se
privilegia la viveza, el soborno y/o la mentira para beneficio personal. Desde
la monja salvadoreña embarazada en Roma, hasta quienes en fútbol les pagan por
perder. En muchos casos parece que aquellos quienes deberían de ser “modelos de
la sociedad” actúan con bajeza y pisotean los intereses de los demás. En esos
momentos comienzan la guerra de ofensas y agravios hacia los “malvados” sobre
todo en conversaciones dadas en familia, amigos y en redes sociales.
En
estos casos, se ha confundido el tener ideología o postura ante un tema con un
cheque en blanco para insultar al adversario. En estos casos, nos gusta la comodidad de la opinión sin la molestia del análisis. Cabe
aclarar que ser respetuoso no significa que los que cometan
errores deban de ser tratados con benevolencia, pero tampoco significa insultar
indiscriminadamente a los “enemigos” y a quienes no estén de acuerdo con mi
opinión.
Está
“técnica del insulto” (explícito o implícito), no solo es utilizada en las
redes sociales sino que grupos de poder tradicionales y medios de comunicación
hacen insinuaciones amarillistas hacia el contrario, pero desprecian o ignoran
la certeza de la corrupción hacia sí mismos y sus aliados. Estos
“métodos” parecen formas del autoritarismo impregnados en nuestra identidad.
En este
sentido, parece que la cultura salvadoreña enfatiza más en el morbo y el
descrédito hacia los demás y no en la búsqueda de la verdad y la mejora propia.
Interesa ver los defectos –reales o no– de los otros (aquel por los millones
que se robó o al otro por las amantes y ferraris que se compró), pero la regla
de la honestidad y la mesura no se aplica hacia sí mismos. En esta coyuntura
surgen ciertas interrogantes, por ejemplo, ¿quiénes son los que le piden pureza
a Funes, y no son capaces de expulsar Flores en su propio partido? por otro
lado ¿cuántas cosas ha hecho el FMLN que había antes había criticado en Arena?
La
misma regla debe de aplicar aquellos fanáticos de izquierda y de derecha. No es que no se deba de cuestionar a Funes, Saca o Flores (y sus etc.),
pero la idea es que no se ataquen con argumentos fanáticos, ya que la persona polarizada reduce su percepción acerca del adversario con
estereotipos y categorías simples de carácter negativo. Esta crítica
destructiva parece que ha encontrado un espacio en las redes sociales, la misma
está siendo el espacio de cultivo para esta polarización política, donde se
expresa en formas sutiles o grotescas la discriminación, donde se confunde el
tener ideología con insultar al otro.
Resulta despreciable el insultar con máscara de
opinión (aunque la persona objeto parezca merecerlo), también lo es el asumir
ser conocedor de sabiduría y justicia plena, ya que de una y otra forma nadie posee
completamente la verdad. El fanático exige el respeto para
sí que no es capaz de dárselo al otro, haciendo una observación selectiva de la
realidad, donde les es difícil ver las virtudes del contrario. Personas que
fomentan y asisten a desfiles bufos con pocos fundamentos parecen coincidir con
estos perfiles tóxicos, que manifiestan este autoritarismo en nuestra identidad. Estos que atacan a Funes (algunos hasta
burlándose de su dolor por la pérdida de su madre), son los mismos que se
indignaron cuando se quemaron banderas de Estados Unidos el 11 de septiembre. Una
gente con educación no se puede alegrar por la muerte de otra,
pero parece que al fanatismo político (de izquierda y derecha) no se le puede
pedir decencia.
Ante una sociedad donde en todos los
niveles estamos rodeados de corrupción, violencia y nepotismo surge una pregunta ¿será
que el insulto a los “malvados” es la fórmula para hacer recapacitar a aquellos
que han cometido un error?
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